Benson’s Utopian Paradigm of Science

Last July, 5 I read a paper in the 13th International Conference of the Utopian Studies Society about The Dawn of All and the way Benson portrays science in this novel.
This is the abstract:
This paper examines some aspects of the utopia depicted in the novel The Dawn of All, by Robert Hugh Benson, which is a bold tale of a future world almost fully converted to Catholicism. The whole of that society is structured on this religion, or what is more accurate by an ideology based on it. The paper focuses on one of the aspects of this utopian society: the relation between science and religion, and its implications. Robert Hugh Benson explains how Psychology discovers that there is a force at work behind physical phenomena, itself not physical. Science then stops developing as a materialistic discipline and acquires a whole new horizon of possibilities. As a consequence of this, theologians and scientists, monks and doctors work together to make science advance and attain the truth in the highest level. Medicine becomes more psychological, and thus, according to this view, more spiritual. Doctors in their offices inspect the patients’ mind with modern and adequate technological means and provide psychological treatments to cure physical illnesses. These treatments consist basically on mental suggestion. The paper tries finally to draw some ideas from this utopian view of science, and above all medicine, trying to get a glimpse of different a paradigm of science: an eventual scientific horizon which might take into account other aspects than matter in its daily work, thus becoming more human and true.

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Aniversario de «The Dawn of All»


Hugh comenzó su producción literaria en el año 1903, y se prolongó ininterrumpidamente en el tiempo hasta el momento de su muerte. Por eso, en este año 2011 se cumple el centenario de algunas de sus obras, como, por ejemplo, The Dawn of All, cuya ultima edición en castellano en la editorial Homo Legens tuve el honor de prologar.

The Lord of the World / Señor del mundo

La trama de esta novela escrita en 1907 se desarrolla en una fecha indeterminada alrededor del año 2000. El mundo se encuentra dividido en tres grandes bloques: Europa, América y Asia.

La ideología dominante

Ideológicamente reina una mezcla de masonería y socialismo que se abrió paso finales del siglo XIX y que poco a poco ha ido ganando prácticamente el mundo entero. Esta ideología retratada en el libro de Benson ha barrido prácticamente las demás, y se ha constituido en la única opción razonable para el hombre contemporáneo. Los comunistas, como suele llamar el autor a los adeptos a estas ideas, llegaron al poder en Gran Bretaña en 1917 y desde entonces no han tenido rival. Bajo su dirección el mundo ha progresado y se ha instaurado la paz en el planeta. Este era el gran logro de los comunistas: la paz en el mundo.

Como las demás cosmovisiones que habían entrado en contacto con la comunista, el catolicismo había sufrido fuertes pérdidas. La tradicionalmente católica España había dejado de ser tal y solamente quedaban grupitos aislados. Lo mismo sucedía en las demás naciones europeas con la excepción de Irlanda. La Iglesia Católica se resistía a la corriente comunista que buscaba la unidad de la humanidad sin un Dios trascendente y proclamando al hombre mismo como Dios.

Felsenburgh y Franklin

Aunque durante la unificación italiana, Roma había sido sustraída al poder del Papa, más adelante el estado italiano firmó un tratado en el cual el Papa renunciaba a toda autoridad sobre Italia (iglesias incluidas) y a cambio se le daba Roma. La ciudad eterna se había convertido en un lugar ajeno a los avances tecnológicos y en refugio de las monarquías europeas, todas ellas exiliadas.
Para los comunistas, los católicos no eran más que una pobre gente cargada de supersticiones y que frenaba el desarrollo de la humanidad. Los personajes principales son: Oliver Brand, diputado inglés, adalid del comunismo, y su mujer Mabel Brand, sincera y fervorosa seguidora de las ideas comunistas; el padre Franklin, secretario del arzobispo de Westminster; y, por supuesto, Julian Felsenburgh, el enigmático americano que toma en sus manos las riendas del mundo.

En este marco empieza la trama de la novela con la preocupación de dos hombres. Oliver Brand, y con él todo el occidente, teme la escalada armamentística del Oriente. Se prevé una invasión. Aquello significaría la destrucción de Europa.

Por su parte el P. Franklin siente que cada vez se van más católicos del seno de la Iglesia para abrazar las nuevas ideas. Incluso el P. Francis, un joven sacerdote muy cercano a él, la abandona. La fe está muriendo, y el P. Franklin lo sabe. Él, como secretario del arzobispo de Westminster, tiene el encargo de enviar cada día un carta al Cardenal-Protector[1] de Inglaterra, que vive en Roma, informándole de la situación de los católicos en el país.

Cuando la situación con respecto a Oriente parece pasar por el peor momento, en Londres se oye hablar lejanamente de un americano llamado Felsenburgh que recorre Asia entrevistándose con los líderes del imperio de Oriente. Nadie antes había oído hablar de él. Después de Moscú visita las grandes ciudades europeas donde es recibido como un héroe o como un semidiós. En Londres toda la población sale a las calles para ver a ese hombre genial que ha sido capaz de lograr la paz, porque gracias a él, Oriente ha dejado sus intenciones belicosas.

El P. Franklin pudo ver a Felsenburgh aquel día y se dio cuenta de que se parecía mucho a él. Ambos tenían un aspecto juvenil, con facciones casi idénticas y el pelo prematuramente blanco. Unos días antes, Mabel viajó a Londres y allí asistió al accidente de un volador[] y vio impresionada cómo un sacerdote católico (el P. Franklin) acudía para auxiliar espiritualmente a los heridos. Pero lo que más le impresionó fue ver que algunos le correspondían. No obstante, enseguida llegaron los agentes de la eutanasia y se encargaron de acabar rápidamente y sin dolor aquellas vidas. Para Mabel y los que vivían las nuevas ideas, las creencias católicas no eran más que supersticiones y el que creía en ellas era visto como una especie de enfermo a quien había que sacar de aquel estado.

El humanitarismo enseña los dientes

De hecho esta forma de ver a los católicos fue degenerando. Las masas estaban hiperentusiasmadas por los logros de la humanidad en general y de Felsenburgh en particular, a quien abiertamente llamaban encarnación de la Humanidad. Porque el único dios era el hombre y Felsenburgh el primer producto perfecto de esta neuva humanidad consciente de su propia divinidad. Así que los católicos como creyentes en un Dios trascendente eran enemigos de la Humanidad. Se sucedieron una serie de persecuciones y revueltas callejeras en las que sacerdotes, obispos, religiosos y fieles fueron linchados.

Por aquel entonces Felsenburgh fue nombrado presidente de Europa y no tardaría en ser elegido unánimemente por las naciones presidente del mundo. El P. Franklin, por su parte, fue llamado a Roma. Otro sacerdote, el P. Blackmore, ocupó su puesto en Londres. Entre los católicos corrían comentarios enrarecidos y misteriosos sobre Felsenburgh. ¿Quién era este extraño personaje que se había adueñado del mundo? El P. Blackmore intuía cosas que no se atrevía a decir. En unos meses el Papa Juan nombró al P. Franklin Cardenal-Protector de Inglaterra. No tardaron en llegar noticias de que se iba a instaurar un nuevo culto al que se obligaba a asistir a todos los ciudadanos. En este culto de la Humanidad, había cuatro fiestas fundamentales: la Maternidad (navidad), la Vida (primavera), la Subsistencia (verano) y la Paternidad (otoño).

Estaba a punto de celebrarse la fiesta de la Paternidad, cuando llegó de improviso a Roma Mr. Filips, el ex-secretario de Oliver Brand. Cuando el P. Franklin todavía vivía en Londres, Mr. Filips le hizo llamar por encargo de la madre del diputado, para que la asistiera, porque se encontraba gravemente enferma. Oliver descubrió al P. Franklin en su casa y este hecho le valió el despido a Mr. Filips.

El ex-secretario del diputado sin ser católico se solidarizaba con la situación de la Iglesia por considerar que se la trataba injustamente. Además, las persecuciones que sufría la institución contradecían radicalmente las ideas que los líderes políticos predicaban. El P. Blackmore había enviado a Mr. Filips a Roma. Como consecuencia de esta visita, el Cardenal Franklin y Cardenal-Protector de Alemania partieron con un avión rumbo a Alemania, para luego dirigirse el cardenal Franklin a Londres. A la altura de suiza se encontraron con cientos de voladores que viajaban hacia el sur. Los dos cardenales no sabían lo que ocurría.

En Londres, sin embargo, se supo casi inmediatamente por qué tantos voladores se dirigían hacia Italia. Los titulares decían: “Roma ha dejado de existir”. Mabel Brand cayó en una profunda depresión. Ella vio con sus propios ojos cómo sus conciudadanos habían asesinado salvajemente a un grupo de católicos. Aún podía ella justificar estos hechos, porque los cometía gente ignorante, pero lo de Roma fue ordenado por las autoridades, incluido su marido, que no se opuso. Pero, Oliver Brand logró animar a su esposa y ella se dirigió con sentimientos renovados a la liturgia de la Paternidad.

Mientras la ceremonia avanzaba lenta y solemne, Felsenburgh apareció por sorpresa. Y habló y, sin alabar la destrucción de Roma, la justificó. Pero Mabel cayó en un estado próximo al éxtasis y se olvidó de todas sus dudas. El magnetismo de Felsenburgh rozaba el límite de lo sobrenatural.

Muerto el Papa y prácticamente todos los cardenales, el cardenal Franklin fue elegido Papa y adoptó el nombre de Silvestre. Se fue a vivir de incógnito a Nazaret. Desde su pequeña casa se comunicaba con el cardenal de Damasco y éste con los otros 11 cardenales que en aquel momento había en la Iglesia.

El desenlace

Felsenburgh, como se ha dicho más arriba, fue nombrado presidente del mundo y todos daban por muerta a la Iglesia Católica. El final de novela está marcado por dos hechos muy importantes. El primero, el decreto de Felsenburgh de castigar con la pena de muerte a quien declarara creer en un Dios trascendente. Al tener noticias de este decreto, Mabel se suicidó, por no poder soportar esta injusticia.

El suicidio (o eutanasia) tenía un marco legal en Inglaterra. Sólo había que solicitarlo, entrevistarse con un juez y pasar un período de ocho días de reflexión en un centro de acogida, después del cual, si todavía se quería, se aplicaba la eutanasia. El segundo hecho, fue el descubrimiento, gracias a la traición del cardenal de Moscú, de la existencia de un papa y su localización. Tanto Felsenburgh como el Papa Silvestre se movilizaron.

El Papa mandó llamar a todos lo cardenales a Nazaret. Esta pequeña ciudad se encuentra cercana a la llanura de Esdraelon, también llamada Harmagedón. El Presidente mundial visitó los diferentes parlamentos del mundo para que todas las naciones enviaran representantes a Nazaret para destruir definitivamente a la Iglesia Católica. El día que se sabía que llegarían Felsenburgh y “el resto del mundo”, el Papa celebró una misa del Espíritu Santo y luego expuso la Eucaristía en una custodia. Informó a los asistentes que él ya no creía en Dios por fe, sino por visión, porque le había visto y había recibido una revelación.

Mientras cantaban himnos de adoración eucarística, Felsenburgh y el mundo se acercaban contra el vicario de Cristo y ese momento fue elegido por Dios para que los días de mundo tocaran a su fin. Lo cuenta Benson con estas lacónicas palabras: “Then this world passed, and the glory of it”3.

Notas al pie

[1] Según Benson, el Papa había introducido esta figura en la organización eclesial. Toda provincia eclesiástica con una cierta importancia, además de tener el tradicional prelado en la provincia, contaba con un cardenal-protector en Roma que actuaba como intermediario directo entre la provincia y el Papa.
[2] Estos voladores son una especie de aviones, pero que se usan más como autobuses que como nosotros estamos acostumbrados. Estos curiosos aparatos mueven las alas al avanzar y pueden volar tan bajo por la ciudad que un transeúnte podría verle los ojos al conductor. Benson los llama volors, así que me ha parecido bien llamarles voladores.
[3] “Entonces pasó este mundo y con él su gloria” (R.H. BENSON, The Lord of the World, 3).

The dawn of all

Un anciano yace en cama moribundo. Se trata de un sacerdote católico apóstata. No quiere recibir al cura del hospital para que le administre los últimos sacramentos.

El preludio de la novela deja esta escena en el aire y comienza la trama. Ésta es bastante sencilla. Monseñor Masterman es secretario del Arzobispo de Londres, el Cardenal Bellairs. Un día se “despierta” en Hyde Park, en el rincón de los oradores y se descubre a sí mismo sentado y vestido de eclesiástico. Escucha a un fraile que predica desde el estrado que el catolicismo es prácticamente la religión del mundo entero. Monseñor se queda como alucinado. No puede ni siquiera recordar quién es y lo que el fraile refiere le parece increíble.

El resto de la historia, exceptuando el final, consiste en las impresiones de Monseñor Masterman al ir descubriendo que realmente el mundo casi en su totalidad es católico, pero no sólo de palabra y en el fuero interno de cada uno. La sociedad entera es católica. En todo este proceso se encuentra a su lado el P. Jervis, un sacerdote y secretario suyo que le irá acompañando en sus andanzas. La historia sucede en 1973, mientras que Monseñor Masterman cree, al “despertar”, que está viviendo a principios del siglo XX.

Las etapas más importante de este “reencuentro” de Monseñor Masterman con la realidad son éstas:

* El P. Jervis le explica quién es y le lleva a sus habitaciones.

* El día siguiente asiste a una comida a la que está invitado el señor Manners que es especialista del período 1900-1920. Le instan a que hable sobre este período histórico y lo hace. Explica cómo el mundo volvió los ojos al catolicismo.

La reacción de Monseñor Masterman es de gran asombro.

* Monseñor parte hacia París de vacaciones por indicación del cardenal, para que se recupere de su enfermedad. Allí ve una sociedad organizada según el catolicismo. Saluda al rey de Francia, ya que por una revolución popular fue reinstaurada la monarquía.

Monseñor Masterman se extraña de que no haya reacciones anticlericales1, y concluye que aquello es como una vuelta a la Edad Media, a lo que el P. Jervis le contesta que tiene razón2. Además tiene la impresión Monseñor Masterman que se desimoronará toda aquella sociedad en cualquier momento3.

* En Roma ve la pompa4 de la procesión de la festividad de san Pedro y san Pablo. Desfilan una gran cantidad de tropas y el Papa, al final de todos ellos5, como si fuera su señor. En el Vaticano Monseñor Masterman asiste a una recepción en la que hay música, bebida, comida… una típica fiesta de formas sociales. Monseñor Masterman se pierde por los pasillos y atraviesa una puerta entrando en la capilla privada del Santo Padre y lo ve arrodillado confesándose.

A Monseñor Masterman le choca tanta pompa y opulencia. Pero le impresiona mucho el contraste de ver al Papa dirigiendo ejércitos y horas más tarde humillándose para confesar que es un pecador.

* Después parten hacia Lourdes. Aquí ve la nueva relación entre ciencia y fe. Científicos y religiosos trabajan codo con codo. Allí conoce al P. Adrian Bennett, un franciscano que estudia los milagros de Lourdes.

Se queda maravillado Monseñor Masterman de esa nueva forma de relación ciencia – fe.

* Una vez de vuelta al trabajo: recibe la noticia de la conversión del emperador de Alemania, el único jefe de estado que no era católico. Como consecuencia en Alemania se decretan medidas represivas contra los socialistas. Alemania era prácticamente su último refugio.

Aquí sí que a Monseñor Masterman le choca gravemente el nuevo status quo. Pero, ¿dónde está la democracia? Que el emperador cambie no quiere decir que debe obligar al país a cambiar. El P. Jervis intenta explicarle que la democracia ha quedado desacreditada, y que la sanción última del poder se encuentra en Dios.

* Más adelante se enfrenta al caso del P. Adrian Bennett. Éste es acusado de herejía por un libro sobre los milagros. En caso de una sentencia condenatoria, sería sometido a la pena de muerte. El provincial franciscano viene a pedirle a Monseñor Masterman que interceda por el P. Adrian, pero al final es condenado.

No le podía entrar en la cabeza a nuestro protagonista que el cristianismo practicara la violencia.. Le molesta además que la gente estuviera obligada a sujetarse externa e internamente. Cristo para él es dulce, humilde, no condenador. La Iglesia se había convertido en gobernante del mundo, contra el que debería luchar, a base de aplastar a sus enemigos6. El cristianismo se había convertido en una maquinaria implacable y él formaba parte de ella.

* Sufre un gran shock por la muerte del P. Adrian. El cardenal decide enviarle a Irlanda. Irlanda es un gran monasterio y además hospital de enfermedades mentales. Sólo Dublin y Belfast son ciudades normales, centros de comercio. Allí someten a Monseñor Masterman a un tratamiento. Una terapia de tranquilidad y un monje viene a visitarle cada día. Hablan y nuestro protagonista le confía sus inquietudes y cómo se siente incómodo con este orden de cosas. En este momento expone un obstáculo no expresado hasta ese momento: si la iglesia reina, ¿dónde está la cruz? El monje le hace ver que tiene una enfermedad de nervios que hace que el corazón no se adhiera a lo que la razón le dicta con claridad, porque a Monseñor Masterman los argumentos le convencían.

Monseñor Masterman sale de Irlanda muy tranquilo y prácticamente convencido.

A partir del regreso de Monseñor Masterman a su trabajo la trama de la novela se centra más en los hechos que van a suceder que en los sentimientos del protagonista.

Se organiza una comisión para la preparación de un decreto con el que Inglaterra se convertirá en país confesionalmente católico. Al llegar noticias a la calle de este decreto, se reúnen en Londres grupos considerables de socialistas para protestar. El día de la votación se temía que no se aprobaría. Al final es votado a favor por la mayoría.

Con este decreto, se hace la vida casi imposible para los socialistas. Muchos deciden partir al destierro. Para el efecto se han preparado colonias como el estado de Massachussets, para que allí se viva con total libertad. El cardenal, entonces, encarga a Monseñor Masterman que acompañe a los exiliados a Boston, y sea él representante oficial de la Iglesia Inglesa.

Al tercer día recibe un mensaje para que parta inmediatamente hacia Roma. Una vez allí le conducen al Vaticano, a una sala en la que se hallaba el cardenal Bellairs y el Secretario de Estado. Le informan que los socialistas se han amotinado en Berlín y que tiene como rehén al emperador y que lo ejecutarán si no se cumplen sus condiciones: la libertad total y absoluta. Dan cuatro días de plazo para que el mundo se someta a ellos. El príncipe de Roma fue a Berlín como emisario y lo asesinaron. El cardenal Bellairs se ha ofrecido para ir. Monseñor Masterman quiere ir con él, pero el cardenal se lo niega. Sin embargo, el Papa se lo concede.

Una vez en Berlín el cardenal es conducido ante el consejo y es asesinado igualmente. Monseñor Masterman permanece retenido, y al tercer día viene a vistarle el señor Hardy, el jefe de los socialistas ingleses, a quien el protagonista ya conocía. Le comunica que asistirá a la ejecución del emperador y que volverá a Londres como testigo de este hecho y para comunicar su planes a las naciones. Al cumplirse el plazo atacarán y destruirán una ciudad europea y una semana después, si no se rinden las potencias, declararan la guerra.

Monseñor Masterman es llevado ante el consejo. Cuatro minutos antes de que el plazo expirase se anuncia la llegada de otro emisario. Éste avanza y al despojarse de sus ropas de viaje, descubren todos su indumentaria blanca, es el Papa. Después de unos momentos de discusión el Papa les dice que se sometan a él como Vicario de Cristo, como padre. Les recuerda asimismo que Oriente se ha sometido a él y que le han nombrado árbitro. Y así lo hacen.

El mundo entero reconoce ahora al Papa como árbitro y señor del mundo. Por fin, Cristo reina en la Tierra a través de su Vicario. Las colonias de libertad siguen existiendo y abole las penas de muerte por herejía.

En el epílogo se retoma la escena del preludio. El moribundo ha perdido el sentido, pero lo recobra y pide un sacerdote. Avisan al joven cura del hospital y el enfermo se confiesa y recibe los últimos sacramentos. Entonces explica que su nombre es Jervis y que era un sacerdote de la catedral. Les pide al cura y a la monja-enfermera que se acerquen y pongan antención a lo que les tiene que decir. Y con estas palabras se acaba el libro.

1 Cfr. R.H. BENSON, Alba Triunfante, 94.
2 Cfr. R.H. BENSON, Alba Triunfante, 106.
3 Cfr. R.H. BENSON, Alba Triunfante, 107.
4 Cfr. R.H. BENSON, Alba Triunfante, 120.
5 Cfr. R.H. BENSON, Alba Triunfante, 119.
6 Cfr. R.H. BENSON, Alba Triunfante, 201.